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Estimada y estimado lasallista:

Cuántas veces, por falta de tiempo o de atención, dejamos de hacer el bien a los demás olvidándonos de que en la base de la solidaridad está siempre el don generoso de cada uno de nosotros.

El pasado sábado 14 de abril, en el marco de los 25 años de la Vicerrectoría de Bienestar y Formación y de la Semana Sé de la Universidad La Salle, más de 500 jóvenes pertenecientes a Grupos Estudiantiles, Pastoral Universitaria, Enlaces y Grupos Representativos tanto culturales como deportivos de la Universidad La Salle, han acudido una vez más a la Caminata de la Solidaridad que tiene por objetivo promover estilos de vida saludables en el entorno universitario a través de la realización de diferentes actividades como la recolección de basura, la eliminación de contaminantes visuales, etc.

Este evento, aunque así lo parezca, no es un gesto puntual que se hace una vez al año para tranquilizar nuestra conciencia o como “para que no digan…”; No es, ni debe ser un hecho excepcional, sino que tiene que hacer parte de lo que todos debemos fomentar por el bien de todas las comunidades humanas, sean grandes o pequeñas, como el barrio que esa mañana las 4 brigadas recorrimos por las diferentes calles de la Condesa.

Más allá del acto generoso y entusiasta de la mayoría de los jóvenes que participaron en esta ocasión, llama la atención el anonimato, la discreción, la sencillez y, al mismo tiempo, la determinación con que nuestros universitarios practican la solidaridad, esa que surge de manera espontánea, cuando damos a los demás lo que somos y tenemos, olvidándonos momentáneamente de nosotros mismos, vertiendo un poco de la riqueza acumulada en nuestra vasija y, de manera especial, sí lo hacemos con quienes no conocemos y sin calcular los beneficios que estas acciones nos pudieran reportar.

Así, la solidaridad se hace patente en los pequeños detalles de la vida diaria, en el cuidado del medio, las relaciones de buena vecindad, o en el brindar una mañana de sábado para jornadas de limpieza. Si ser solidario es sentirse parte de un todo, la solidaridad renacería cada día en mi actitud responsable con el medio ambiente, en mi ser consciente del dolor de los grupos vulnerables y en lo que hago para aliviarlo y en promover diferentes iniciativas a favor del bienestar comunitario.

Es cierto que, como ciudadanos, debemos velar por el cumplimiento de la responsabilidad que compete a nuestros agentes políticos; pero también debemos advertir que, en el reducido ámbito de la vida cotidiana, todos podemos ejercer la solidaridad sin grandes aspavientos o heroicidades; basta con que recojas tu basura y la deposites en el contenedor correspondiente; basta con que te estaciones en un lugar adecuado donde no obstruyas el paso de los demás ni provoques el congestionamiento; es suficiente con que te alejes -cuando fumes- de los torniquetes de entrada para que no afectes a terceros y deposites tus colillas en los ceniceros (no en el piso ni en las jardineras); basta con que dejes de consumir productos altamente contaminantes como son los popotes y el unicel. Son estos pequeños actos los que embellecen la vida y que todos podemos realizar pues no son atributos de unas pocas personas excepcionales. Afortunadamente en nuestra Universidad no escasean los lasallistas que son, para toda la Comunidad, verdaderos ejemplos de solidaridad. Me refiero a los jóvenes y adultos, hombres y mujeres que, haciendo caso omiso de inseguridades, miedos, expectativas y cálculos, se manifiestan decididamente a favor del bien común y actúan en consecuencia dedicando los mejores años de sus vidas a proyectos de cooperación y responsabilidad social.

Son los lasallistas sin fronteras que hacen del principio de solidaridad el eje axial de sus existencias, empleando sus energías en mejorar la calidad de vida de una sociedad que lo necesita. Rompiendo las fronteras del confort (¿o de la indiferencia?) sus ejemplos despiertan admiración y a veces incomodidades difíciles de digerir entre los simples espectadores.

La solidaridad, en fin, como diría Francesc Torralba, “es el reconocimiento de que todos, sin distinciones ni preferencias de ningún tipo, formamos parte de la misma especie y de que solo viviremos en paz si logramos hacernos conscientes de que nos necesitamos los unos a los otros”.

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