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Medio: La Jornada 

Especialista: Dr. César Rebolledo González,FAMADYC

Tema:El silencio EN LA INTERNET

César Rebolledo González*

“Catarsis de silencio”. La exclamación resume un longevo reparo filosófico ante el desmedido uso de la palabra en la sociedad occidental. La cita -atribui­da al danés Sóren Kierkegaard- acusa al bullicio incansable de los parlan­chines; éste ensordece la voz interior de los sujetos, interrumpe la reflexión profunda, el respiro vital del pensa­miento autónomo. Bajo esta mirada, el silencio no equivale a la ausencia de palabra, sino a la condición ontológica de su presencia; liberarlo constituye una forma de emancipar el logos, de volverlo auténtico. En un mundo don­de todos hablan sin parar nadie reco­noce su propia voz. La catarsis plantea entonces una purga, un despojo violen­to que permite volver a escuchar tanto a nosotros mismos como a los otros en un sentido profundo.

Se trata de una revuelta contra la alienación del pensa­miento, de un alto radical que hará posible recomenzar los discursos bajo una condición laxativa. Como resonancia del saber oriental, el principio de vaciamiento aparece aquí como una condición de la iluminación. La alegoría del asce­ta es instructiva en esa lógica. Llámese alejarse del mundo, huir a la soledad, meditar en la montaña o perderse para encontrarse, la idea insiste en el apremio de una purifi­cación.

Sin embargo, este ideal parece desdibujarse en el tiempo y el espacio mediático en el que vivimos. La mirada crítica asume que el silencio se ha convertido en un artículo sun­tuario, en un ideal publicitario que ofrece descanso, más no reflexión. Se habla de ruido ambiente, contaminación visual, de una tendencia social, periodística e intelectual, a opinar sobre todo, en todo momento; se critica el vapor de la noticia, la pulsión del posteo, el expertise casual e inquisidor de la redes sociales; en suma, se discute sobre la capacidad del pensamiento para retener y procesar la producción desmesurada de mensajes.

Bajo ese ángulo, el exceso de comunicación equivale a su contrario. La saturación no sólo desinforma, sino que inhibe por contagio el pensamiento. Dentro una sociedad incomunicada, el silencio se convierte en un enemigo, en un intruso que amenaza con quebrantar la ilusión propia de la comunicación, de la interconexión global. Cuando el silencio se entiende como traspié de la comunicación, la catarsis en cuestión se torna un contrasentido. La utopía filosófica del silencio perece cuando se vislumbra la posibi­lidad de interrumpir o alejarse del flujo mediático, cuando enfrentamos nuestra simbiosis con los dispositivos digi­tales.

Este enfoque enfatiza en la bulla del mundo, la escucha con recelo y desazón. La aspiración filosófica al silencio re­quiere de soledad,y bajo este mandato hoy en día se en-

cuentra una resignación paradójica. No se puede estar solo en este mundo y sin embargo todos parecen estarlo. De la necesidad de comunicarse a la ansiedad por nunca estar desconectado, la transformación de nuestras interacciones sociales revela un abismo desolador. Este diagnóstico in­siste en un tipo de silencio negativo, donde la soledad no equivale al soliloquio sino a una profunda intranquilidad que busca en todo instante relacionarse con el otro para afirmar el “yo”.

Como una metáfora kafkiana, la comunicación contem­poránea es un grito soterrado de la soledad que nadie es­cucha, un vacío que contradictoriamente todos pretenden llenar con voces, likes, seguidores. Nuestro desenfreno dis­cursivo habla de nuestro profundo abandono. Vivimos en soledad porque no podemos vivir en silencio, porque somos incapaces de habitar en nosotros mismos. En la nostalgia filosófica, la idea del silencio siempre se acompaña de un discurso sobre el déficit de la palabra. Sin silencio no hay diálogo ni comprensión; no hay veracidad en la palabra

En este texto parto de tales preceptos para actualizar la preocupación sobre nuestro estado comunicacional. ¿Qué sentidos posee el silencio en tiempos de lo digital?, ¿en qué formas se presenta?, ¿cómo se significa? ¿Cuál es el lugar del silencio en la llamada Web 2.0?

En estas preguntas ya no se trata al sujeto pasivo que es bombardeado por lo medios tradicionales, sino al espec­tador que a la vez produce, intercambia y retroalimenta

sin tregua los contenidos que lo consumen. Es la Web 2.0 pensada frente a la idea del silencio. Si se habla de una inteligencia colectiva en donde priva el intercambio de información y experiencias, ¿es válido hablar de la consu­mación de un tipo de catarsis distinto al planteado por la filosofía, de un vuelco global y silencioso al pensamiento, al imaginario, a la phantasia?.

EL SILENCIO DE LA VIRTUALIDAD

En el quehacer docente es frecuente escuchar posiciones críticas -tanto de colegas como de estudiantes- frente a fenómenos digitales, tales como el apego a los dispositivos de comunicación, las se/fies, los perfiles virtuales, entre al­gunos otros.

Es conocida la molestia sobre el hecho de que haya quie­nes permanezcan conectados a la Red durante largos pe­riodos, por no decir de manera permanente. Se habla de la intromisión de las tecnologías de comunicación en el trabajo, la escuela e incluso en las relaciones sentimen­tales. Se impide que los universitarios utilicen teléfonos celulares, tabletas o computadoras en algunas aulas con el fin de evitar su distracción. Se emprenden campañas contra el phubbing para luchar frente la “descortesía” de enviar mensajes de texto o navegar mientras se charla con alguien. Algunas empresas bloquean sus servidores de In­ternet para que sus empleados no tengan acceso a la Redy “no pierdan” el tiempo. Se juzga como “falsos” o “mentirosos” los perfiles de Facebook que muestran “sonrisas y vidas perfectas”, se critica al activismo digital por no ser “real”.

En fin, de nuevo se escucha una historia conocida: esca­pismo, falsedad, ensimismamiento, soledad. Para algunos la gente parece estar dejando de vivir lo real en nombre de lo virtual. Desde relaciones sentimentales hasta el comple­jo hecho de jugar, las acusaciones atacan el triunfo de lo virtual sobre lo real, o parafraseando la idea -un tanto ba-nalizada- de Jean Baudrillard: la virtualidad es la perfecta asesina de la realidad.

En lo particular, pienso que estas criticas pierden de vista algo primordial: la virtualidad constituye un espacio donde por primera vez nuestra imaginación se pone en sintonia y se visibiliza -tan es así que hoy en día la discusión sobre el derecho a la privacidad es parte de las agendas interna­cionales-. El profesor que castiga al alumno por navegar en su teléfono y no poner atención olvida que aún sin un dispositivo el estudiante tiene la capacidad de imaginar. Si se me permite decirlo de la siguiente manera, vivimos en dos planos a la vez, en el real y en el imaginario. Cual­quier pretexto es bueno para perdernos en la fantasía; es­temos trabajando, estudiando, charlando con otra persona. El lenguaje nunca para. Y eso no da ninguna garantía de que nuestros silencios sean de atención cuando otro habla frente a nosotros.

Desde esta óptica, pienso en el imaginario como un tras-fondo silencioso de lo que llamamos real, donde las ideas,

los mitos, las creencias y los sueños confluyen, donde lo in­material se erige como la condición de existencia del mun­do humano. Suelo hacerle estas preguntas a mis estudian­tes: ¿qué porcentaje de tiempo se la pasan imaginando situaciones y qué porcentaje están aquí en el mundo real? ¿Cuánto tiempo pasan atendiendo sus perfiles en Inter­net y cuánto tiempo pasan afuera, en la realidad? ¿Cuánto tiempo pasan en silencio frente a sus pantallas móviles?

Subrayo esto porque antes de abordar el tema propia­mente pervive un ambiente hosco, crítico, una tendencia al regaño y una condición a la respuesta académicamente esperada: lo virtual es lo fake, el phantasma, el simulacrum. La alegoría platónica de la caverna lo ilustra muy bien: lo que paradójicamente define al mundo como verdadero es la falsedad de las apariencias que lo acompaña y sustituye ala vez.

Mi idea es bastante simple: la virtualidad constituye un espacio de extensión para el imaginario social. Internet es una vitrina de lo social, en la cual podemos observar lo que somos, sin tapujos. Echémosle un vistazo a las estadísticas de navegación en el mundo. ¿Qué es lo que más visitamos? ¿Qué es lo que más hacemos? ¿Qué es lo que más comenta­mos?. En efecto, es una aparador donde podemos apreciar lo mejor y lo peor de nuestra sociedad, abiertamente. Si escandaliza el consumo de pornografía y el erotismo, si re­salta la filia por la violencia, si crecen exponencialmente las comunidades virtuales anti-modelo (terrorismo, pedofilia,

delincuencia, ultraderecha), ¿dónde queda entonces lo que decimos ser fuera de la virtualidad?

Siguiendo la idea de Cianni Vattimo, la sociedad se ha vuelto más “transparente” a causa de las nuevas tecnolo­gías de comunicación, pero ello no quiere decir de ninguna manera que sea más fácil comprenderla. Al contrario, al poder observar prácticamente todo a partir de nuestras actividades digitales, nuestra capacidad de comprensión se ve rebasada. El mundo dejó de ser uno a nuestros ojos. Las llamadas minorías han derribado la Historia de lo unitario, de lo canónico. El centro se ha ahogado en las periferias, la idea de normalidad se ha convertido en una especie rara, en extinción. Las comunidades virtuales expresan bien la crisis de la Modernidad. En ese sentido, la emergencia de los Digital Studies responde a una necesidad de aprovechar la virtualidad para extender nuestra comprensión de lo so­cial, de lo humano. Llámese etnografía digital o trabajo de campo virtual, la propuesta es dejar de circunscribir nues­tros estudios en el terreno de lo real; tomarnos en serio los alcances del imaginario. Después de todo, si hoy en día vivimos bajo el reinado de la virtualidad, es porque antro­pológicamente hemos vivido desde siempre bajo el reinado del imaginario, bajo el reinado del silencio

* Doctor en Ciencias Sociales. Investigador de la Universidad La Salle.

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