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La hermana república de Nicaragua no puede sernos indiferente. Los sucesos de los últimos meses muestra el agravamiento de una situación social al límite, que hoy involucra protestas y la consiguiente represión violando abierta e innegablemente, los derechos humanos de miles.

Es imposible pasar por alto los 295 muertos que, a raíz de estas protestas, contabiliza la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que ha jugado un papel de denuncia y de seguimiento al tema, de primer nivel.

Como observador del suceso no dejo de lado tres factores, insalvables en todo análisis que busque explicar lo sucedido: 1) Nicaragua no se sacudió victoriosa a la miserable dictadura de los Somoza para entronizar a Daniel Ortega. Porque una cosa es tener un caudillo símbolo de un movimiento que aplaudió Latinoamérica, porque era justo y era necesario, y otra es eternizarse en el poder por el placer de ser y en el nombre de ¿ser revolucionario? Vamos, ese cuento lo sabemos bien en el subcontinente. 2) Sí, en efecto, hay un movimiento anti Daniel Ortega legítimo y otro que encubre intereses económicos y este segundo no es menor. Nicaragua ha osado retar la hegemonía estadounidense concediendo a China la concesión de un canal interoceánico, que compitiendo con el de Panamá, no es que sea rival, sino que supone una afrenta a Washington y regreso a este punto más abajo. 3) Es inadmisible que las protestas contra Ortega y su gobierno eternizado con elecciones a modo, terminen en la muerte violenta de ciudadanos que tienen derecho a disentir.

El tema de preguntarse a quién conviene que Ortega aliado de Castro y en su día, de Chávez, renuncie a la presidencia, defensor en el ayer de los intereses legítimos de Nicaragua, frente a la inagotable prepotencia estadounidense con la que abiertamente hoy se confronta, no puede soslayarse aun en el nombre de la defensa de los Derechos Humanos. Hay una línea delgada entre el clamor mundial contra el repudiable atropello de los Derechos Humanos en ese país y la injerencia para que en su nombre, se acomode a alguien que sea al gusto de Washington.

No puede soslayarse el tema porque desde la llegada de Trump ha dejado claro que no le gusta Ortega y actuaría promoviendo un levantamiento contra él. A decir verdad, son los nicaragüenses los que han de decidir su futuro y no la potencia continental que no entiende que ya no estamos ni ante una república bananera a su gusto ni en los tiempos de su grosero intervencionismo invasor en la región centroamericana y caribeña, que bien conocemos en el vecindario latinoamericano.

Eso nos pone en la terrible tesitura de denunciar la intervención extranjera y al mismo tiempo, a defender los Derechos Humanos de quienes protestan en justicia ante la situación extrema económica en que los ha colocado un gobierno desaseado e inepto como el de Ortega. Uno que prefiere responder reprimiendo que dialogando y que acusa de terroristas a los líderes de las protestas que lamentablemente, no todos actúan de buena fe, dígase también. Un craso error el forzar las cosas de ambas partes, porque no se está atendiendo debidamente esas protestas ni rectificando en lo más mínimo en sus causas, llevando el asunto a un callejón sin salida.

Ortega pierde la oportunidad de presentarse como un líder que sabe escuchar y que actúa diligente e inteligentemente. No supo retirarse a tiempo. Por otra parte, los temas nicaragüenses competen en exclusiva a ellos. Los Derechos Humanos son universales, pero han de atenderse en su defensa aun en las instancias internacionales, que pueden ser la vía mediadora; sin embargo, tal defensa ha de ocurrir pues, por las vía institucional que el derecho internacional ha dotado. Desde ya denunciamos los sucesos nicaragüenses. El pueblo de Nicaragua tiene derecho a no ser vilipendiado y a que se respete su soberanía. Tiene derecho a decidir su futuro en exclusiva, respetando los Derechos Humanos y a clamar por los cambios y necesidades que le aquejan. Nuestra solidaridad con su lucha y un llamado al mundo a que actúe responsablemente frente a la hermana república centroamericana, condenando la violación de Derechos Humanos allí, pero facilitando no una crisis, sino una solución digna a la nación nicaragüense y no a intereses mezquinos ajenos a sus ideales.

Mtro. Marcos Marín Amezcua

Especialista, Facultad de Derecho

 

 

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