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Colaboración del Lic. Roberto Medina Luna Anaya, fsc, a propósito del Día Internacional de la Paz.                                                      

 

Retomar y reconstruir la misión social de una educación que tenga como objetivo principal a la persona humana, su familia, su hogar y entorno cercano, para que ella los forme como sujetos y constructores de su existencia colectiva, su historia y su desarrollo físico, intelectual, espiritual y social, me parece una tarea urgente.

Pero no cualquier tipo de educación, sino una sustentada en conocimientos, principios y valores. Esto es hoy aún más importante tomando en consideración las nuevas realidades en las que la educación debe encontrar nuevos caminos que garanticen el anhelo de paz tan amenazado por circunstancias de las cuales muchas veces somos nosotros mismos los principales responsables.

Me refiero a una educación que garantice el ejercicio pleno de la dignidad humana; que promueva en las nuevas generaciones el cuidado de sí mismo, de los demás, de la naturaleza; con una perspectiva de respeto mutuo, transparencia, solidaridad, justicia y responsabilidad social, bien común y convivencia pacífica lo cual implica necesariamente renunciar a conductas individualistas. Una educación que ayude a superar los daños causados por la pandemia mediante el desarrollo de la inteligencia emocional; que mire hacia el futuro con esperanza. Una educación, en fin, como medio para el desarrollo de los valores, las capacidades, las destrezas, las habilidades y actitudes que permita a nuestros jóvenes desenvolverse en la vida y la sociedad construyendo la paz que hoy reclama la humanidad.

Es la utopía posible donde este tipo de educación se imparte dentro del salón de clases, en ese pequeño laboratorio donde, bajo la conducción de un buen maestro, se ponen en práctica los principios de corresponsabilidad, cuidado y de una ciudadanía que promueve: el protagonismo de la persona, la identificación de su condición de miembro activo de una comunidad y la participación eficaz en la configuración de una sociedad más justa y solidaria. Esto no es posible si en el aula no se generan estructuras democráticas de funcionamiento.

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Por ejemplo, en la pedagogía lasallista, estudiantes desde los primeros años participan de la organización de la clase al distribuirse las diferentes tareas que favorecen el bien común. Dentro del salón de clases también opinan y escuchan sobre los asuntos que afectan su vida escolar, eligen a sus representantes y debaten sobre temas relevantes que atañen a su formación y a la sociedad en su conjunto; ello hace indispensable enseñar a mirar la realidad para entenderla y transformarla.

Educar para la paz es, entonces, hacer la paz, poner en juego instrumentos que faciliten el entendimiento de todos, la libre expresión, la organización democrática de nuestra sociedad, la justa distribución de los bienes y la solidaridad compasiva.

Y lo más importante, formar a los estudiantes en la toma de conciencia y en asumir el compromiso por la construcción de la paz que, como ya se sabe, es un proceso, un proyecto siempre abierto, siempre será una tarea por hacer que sólo desde la utopía es posible poner en movimiento.

 

Lic. Roberto Medina Luna Anaya, fsc
Vicerrector de Bienestar y Formación
Universidad La Salle

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