Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides todos sus beneficios.
Él es quien perdona todas tus iniquidades y cura todas tus enfermedades,
quien redime tu vida de la fosa y te corona de amor y de misericordia.
(Salmo 103, 2-4)
17 de marzo de 2020
Queridos Hermanos,
A medida que la pandemia COVID-19 se extiende de país en país, nos apoyamos unos a otros en oración. Pedimos, en particular, para nuestros Hermanos y Lasallistas, y para todos los ciudadanos de Italia, país en el que el virus hizo su primera aparición en el continente europeo. Los Hermanos y el personal de la Casa Madre están tomando las precauciones necesarias. Hay, en la comunidad, un gran espíritu de cooperación y apoyo mutuo.
El don de nuestra vida fraterna en comunidad es un regalo que tenemos que ofrecer a la comunidad global. Que nuestro apoyo mutuo y nuestra solidaridad sean, durante esta crisis, un signo de esperanza para las demás. No olvidemos que, como miembros de una comunidad, experimentamos menos trastornos en nuestras vidas que muchos otros, incluyendo a las miembros de nuestras familias y a los profesores y
personal de nuestras escuelas, universidades y centros. Mientras nos sostenemos los unos a los otros en la oración, recemos por todos aquellos que sufren por este virus, por las familias que han perdido alguno de
sus seres queridos y por los muchos médicos, enfermeras y socorristas que ponen en peligro su propia salud. Que Nuestro Señor las proteja como ellos nos protegen a nosotros.
Emprendamos acciones concretas para asegurar que nadie sea olvidado o pasado por alto dentro de nuestra propia comunidad y extendámoslas a la comunidad educativa y luego al Distrito o la Delegación. Hay muchas decisiones proactivas que podemos tomar para contener y mitigar el virus; hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para prepararnos para su impacto.
Que esta crisis mundial sea un tiempo de gracia para todos los pueblos; un tiempo en el que nos unamos como una sola familia humana. Que saque lo mejor de cada uno de nosotros, ayudándonos a darnos cuenta de que todos somos hermanas y hermanos, hijos e hijas de Dios. Y como la gente del tiempo de
Jesús observaba y se maravillaba mientras “recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda aflicción entre la gente” (Mateo 4, 23), que nuestro mundo sienta pronto el toque sanador de su amorosa presencia.
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